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lunes, 17 de noviembre de 2008

CORTEJO NUPCIAL EN TIRO

Ibn Yubair (nacido en Valencia en 1145 y muerto en Alejandría, en donde se dedicó a la enseñanza, en 1217) fue secretario del Gobernador de Granada e hizo tres veces la peregrinación a La Meca. Se trataba de un hombre inteligente, observador, tolerante, espiritual y, a menudo, jocoso. Los relatos de su primer viaje (cruzó el Mediterráneo y visitó Egipto, La Meca, Siria, Irak, Palestina, Cerdeña, Sicilia y Creta), en forma de diario, bajo el simple nombre de “Viajes” se hicieron muy famosos y han llegado hasta nuestros días como un documento de gran valor. En él da explicaciones detalladas del mundo del Mediterráneo del Este en la época de las Cruzadas. Está escrito con un estilo claro y elegante, manejando una lengua variada, a veces seca y difusa, con frecuencia colorista y pintoresca. Se trata de una de las fuentes más importantes con que se cuenta para saber cómo se encontraba el Mundo Islámico, la Sicilia normanda, la navegación en el Mediterráneo y las relaciones entre musulmanes y cristianos en el siglo XII.



El siguiente relato se corresponde al momento en el que Ibn Yubair estaba visitando la región de Tiro (ciudad al sur del Líbano) y se encontró con un cortejo nupcial, cosa que sorprendió bastante al viajero.

"Entre las escenas de boato de este mundo dignas de contarse, que un día en Sur (Tiro) junto al puerto presenciamos, está el cortejo nupcial de una novia. Todos los cristianos, hombres y mujeres, se habían congregado para este efecto y se habían alineado en dos hileras a la puerta de la novia que iba a ser conducida al esposo, mientras sonaban trompetas, flautas y todos los instrumentos para tocar. Hasta que, [por fin], ella salió con marcha vacilante, entre dos hombres que la sostenían por la derecha y por la izquierda y parecían ser ambos de sus parientes maternos. Ella, con el más hermoso aspecto y el más magnífico vestido arrastraba rozagante la cola de seda bordada en oro, según el estilo acostumbrado en sus vestidos. Sobre su cabeza llevaba una diadema de oro que estaba envuelta en una red tejida de oro y en la parte alta de su pecho llevaba otra parecida, dispuesta armoniosamente. Rozagante, con sus adornos y sus aderezos, marchaba lánguidamente con la lánguida marcha de la paloma o la andadura de la nube. Dios nos libre de la turbación (fitna) ante tal espectáculo.
Delante de ella iban personajes principales de entre los cristianos, con sus galas más suntuosas y espléndidas, arrastrando tras ellos las colas de sus vestidos, detrás de ella, sus iguales y pares de entre los cristianos marchaban procesionalmente con sus más preciosos vestidos; iban pavoneándose en la fastuosidad de sus aderezos. Los que tocaban los instrumentos precedían. Los musulmanes y los otros cristianos habían formado en el camino dos hileras de espectadores que los contemplaban sin dar muestras de desaprobar aquello.
Y, así, la condujeron hasta introducirla en la casa de su esposo, y pasaron ese día en festín. Fue la casualidad la que nos procuró la vista de este fastuoso espectáculo. Busquemos refugio en Dios contra su seducción".



Ibn Yubair, A TRAVÉS DEL ORIENTE. El siglo XII ante los ojos. Rihla, Ed. del Serbal, Barcelona, 1988. Pág. 356-357

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