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domingo, 20 de junio de 2010

'Umar Ibn Hafsún ibn Chafs



Entre los muchos personajes que tuvieron un papel destacado en el transcurso de los acontecimientos, quiero rescatar de las crónicas a ‘Umar ibn Hafsún (854-917), personaje al que la historia no ha tratado del todo como se merece. Las crónicas árabes le tachan de rebelde y de poco más que de maldito sin llegar a profundizar en el aspecto más humano. Por otro lado la historiografía más contemporánea no ha estado exenta de pinceladas con gran carga ideológica. Algunos historiadores han querido verlo como un héroe nacional, plasmando la visión ideológica de una época; icono de la resistencia autóctona frente a la ocupación extranjera, situándolo a la altura del mismísimo Viriato con su “terrorrum romanorum". Así, la interpretación de los textos, otorga diferentes concepciones de una realidad aún por descifrar. Lo cierto es que, este muladí (musulmán de origen peninsular) oriundo de Ronda, al igual que otros muchos, aportó su granito de arena al desarrollo evolutivo de la política y sociedad andalusí.
Con la Batalla de Guadalete en el año 711, empezaba una nueva etapa en la historia de la península Ibérica. El afianzamiento del Islam en la península ya estaba en marcha; su sociedad, política, cultura y como no, la religión acabarán gradualmente impregnando el estrato visigodo de Hispania para germinar en al Ándalus y el Califato Omeya como culminación. Pero esta instauración y consolidación no iba a está exenta de confabulaciones y disputas dinásticas por el control de las provincias o Coras y por el reconocimiento de la autoridad de Córdoba.



‘Umar ibn Hafsún fue con diferencia aquel que logró el mayor desgaste en todos los sentidos de la frágil hegemonía Omeya. Supo canalizar el descontento general de una población y fue capaz de mantener contra las cuerdas al mismo emirato durante 30 años. Aunque no todas las poblaciones tuteladas por ibn Hafsún abrazaron su causa por voluntad propia, sino más bien por la falta de respaldo Omeya en su incapacidad para sofocar la rebelión. Este muladí, obligó a Córdoba a mirar al sur, y mantener como máxima prioridad el contener la rebelión en las regiones más cercanas a ella. Aunque no este del todo claro si se trataba de un simple opositor al régimen sin programa, un rebelde, un salteador de caminos, un héroe, un libertador o como quieran llamarle, lo que está claro es que puso en muy serios aprietos al emirato y a la propia pervivencia de la Córdoba Omeya. Esta inestabilidad política y social queda plasmada en la incapacidad Omeya no solo de someter a las provincias en sus casi perennes agitaciones internas, como el caso de Toledo, sino la de salvaguardar a duras penas la dinastía.


Tanto en la Marca Superior (con Zaragoza como ciudad principal), la Marca Media (Toledo) y la Marca Inferior (Mérida) y Sharq al Ándalus (el levante peninsular) la agitación popular será una constante, objeto de contienda entre linajes de la zona por el control, sin que Córdoba pudiera hacer mucho para evitarlo hasta la llegada de ‘Abd al-Rahman III (912), que, una a una, someterá plazas fuertes, castillos y reductos.
El año 854 nace en Ronda, posiblemente en las estribaciones del Castillo de Antar, cerca de Parauta, el muladí que encabezaría un alzamiento de grandes dimensiones, llegando a dominar un vasto territorio en la franja meridional, y las ciudades de Écija, Archidona, Baeza y Úbeda. Su nombre completo era ‘Umar ibn Hafsún ibn Chafs; descendiente de nobles hispanogodos conversos al Islam, que como otros tantos, abrazaron el Islam en pro de su estatus y finanzas. Su primera manifestación de hostilidad hacia el régimen Omeya le ocasionó 50 latigazos al enfrentarse con los soldados del gobernador de Málaga. Quizás la humillación sufrida por la justicia, o quizás la impotencia ante lo que se está perfilando en al-Ándalus, lo cierto es que tras este suceso, ‘Umar ibn Hafsún decide marcharse a África, a la ciudad de Tahart, donde trabajó de sastre.
No se sabe cuál fue el motivo que le impulso a volver a la Península, la leyenda y los textos hablan de un anciano que le auguró un futuro como caudillo, pero el año 880 vuelve a Ronda, decidido a plantar cara a los Omeyas y no estará solo, ya que poco a poco se irán incorporando a su causa renegados y descontentos con la política Omeya de diferentes latitudes de la serranías del sur andalusí. Ibn Hafsún, junto con estos primeros adeptos, elige un lugar escarpado y de difícil acceso para crear lo que iba a ser su base de operaciones y corazón de la rebelión del mediodía hasta la caída del último de los hafsuníes en el 927: Bobastro, situada en el municipio de Ardales, en las mesas de Villaverde, aunque en este punto no se ha llegando a un consenso por parte de los historiadores y arqueólogos.


Nuestro protagonista no tardó en darse a conocer por la comarca y en Córdoba, hasta el punto que el emir Muhammad I se vio obligado a mandar algunas tropas para hacer frente a la provocación de unos proscritos y saltadores de caminos:
“los asuntos de husun construidos en estas regiones tomaron un mal camino” (Ibn Hayyan)
Tras el escaso éxito de las tropas del Emir ante este nuevo frente levantisco, no dudará en mandar un fuerte contingente militar, y esta vez, sí logrará someter al rebelde Omar, obligándolo a pactar y a unirse al servicio del ejército Omeya, aunque no lo hará por mucho tiempo. En el año 885, tras dos años de servicio en el ejército Omeya participando en razzias por tierras de Álava, decide volver a Bobastro y emprender su lucha con más fuerza que nunca contra el régimen Omeya, con la adhesión a su causa de cientos de partidarios muladíes y mozárabes (cristianos de al-Andalus).
“Desde hace demasiado tiempo habéis tenido que soportar el yugo de este sultán que os toma vuestros bienes y os impone cargas aplastantes, mientras los árabes os oprimen con sus humillaciones y os tratan como esclavos. No aspiro sino a que os hagan justicia y sacaros de la esclavitud”. Con este mensaje, ‘Umar ibn Hafsún logró la aceptación y reconocimiento de la población, dejando al margen en este primer momento el factor religioso para forjar un frente común ante los omeyas. También algunos fugitivos se adhirieron a Ibn Hafsún con ánimo de botín.
El férreo frente opositor que representaba Ibn Hafsún, al contrario que otros focos de oposición al régimen Omeya que pugnaban con el centralismo por la independencia de las provincias y la pervivencia de una dinastía en el poder, no mostraba ese carácter dinástico y urbano.
Según aclara el profesor Manuel Acién:

“Ibn Hafsún no es un hecho aislado ni se explica por motivos étnicos, regionalistas, nacionalistas o religiosos, sino integrándolo en la teoría discontinuista de las formaciones sociales, que, en este caso concreto se trata de una transición de la sociedad feudal a la sociedad islámica”

Ibn Hafsún atosigó al emirato desde la misma Córdoba y su séquito representaba un malestar popular que no pugnaba por una provincia. Algunos historiadores, en su visión interpretativa de la figura Ibn Hafsún, lo consideran como el esbozo de un endémico nacionalismo español.
Como apunta el historiador Claudio Sánchez Albornoz:

“Otra vez la raza hispana alumbró un gran capitán popular…que como otros guerreros españoles de todos los tiempos, que hubieron de pelear con fuerzas regulares, triunfó Ben Hafsún por su astucia, su bravura y su justicia (…) que los españoles, cristianos o musulmanes amaron con pasión”

Durante este periodo de la rebelión mozárabe-muladí, el elemento religioso parece jugar apriori un papel secundario, y digo aparentemente, por la existencia del descontento de una población mozárabe exaltada por el fundamentalismo de Eulogio de Córdoba, que veía como paralelamente a la centralización iba la institucionalización del islam con sus consecuencias más que evidentes para la población mozárabe. El concepto de una conquista se hace más que patente y aún con este período de profunda crisis interna y alzamientos prácticamente por todas las coras de al Ándalus, el emirato fue capaz, a duras penas, de aguantar el embiste desde varios frentes de oposición al establecimiento de la dinastía, que no sólo sobreviviría, sino que culminaría con el periodo califal.

Una vez de vuelta en Bobastro el año 884, toma Auta, Mijas, Comares y Archidona y establece pactos con otros descontentos, como los Banu Rifa’a, familia árabe que dominaba Alhama y su sierra. Los envites de las tropas del gobierno al mando heredero al-Mundhir, estuvieron a punto de acabar con la disidencia, pero la muerte del emir el 4 agosto del 886, obliga a Al-Mundhir a volver a Córdoba a hacerse con las riendas del Estado. 'Umar ibn Hafsún sabrá aprovechar esta coyuntura para reorganizarse y reclutar más apoyos entre los campesinos; apoyos necesarios para hacerse con el control de la toda la serranía de Ronda y Rayya y apoderarse de Priego e Iznájar, ciudades estas usadas como base para incursiones hasta Cabra y Jaén.
La presión obstinada y necesaria por parte del emir de acabar con el alzamiento de la serranía malagueña, estuvo a punto de dar su fruto. Se recuperó Iznájar y Priego y Archidona y se llevó a cabo una brutal represión. Como ejemplo queda la crucifixión entre un perro y un cerdo del jefe de los defensores mozárabes de Archidona. Al-Mundhir, decidido a acabar con Ibn Hafsún, lo asedia en Bobastro y le obliga a rendirse a cambio de una amnistía; una amnistía que duraría lo justo para sacarle brillo a la espada y tomar la retirada de las tropas del emir. Tras la ruptura de la efímera tregua por parte de Ibn Hafsún, al-Mundhir se propone no levantar el asedio hasta destruir Bobastro,


pero en el año 888, en pleno acoso al último reducto de resistencia hafsuní, el emir al-Mundhir muere envuelto en intrigas, y una vez más vuelven a levantar el sitio. 'Umar b. Hafsún lanza un ataque a las tropas que partían desperdigadas y al pequeño cortejo fúnebre, que es respetado por los hafsuníes a petición de ‘Abd Allah, hermano al-Mundir y nuevo emir.
Una vez más, la muerte de un emir permitirá a ibn Hafsún reorganizarse y esta vez, el nuevo emir ‘Abd allah, no tendrá el carisma y la contundencia de su hermano para impedir que el Estado quede sumido en una profunda crisis que se ve reflejada en la anarquía de las provincias.
Durante el reinado de ‘Abd Allah (888-912), la revuelta de los hafsuníes alcanzó el máximo apogeo; dominaba toda la serranía malagueña, desde el mar al Guadalquivir, llegó a tomar Écija, a tan solo a 50 kilómetros de la capital, incluso algunos jefes locales muladíes, como Ibn Shaliya, regente de
Somontín, reconocieron su supremacía.



En este periodo también Ibn Hafsún, sin llegar a tener un programa político claro, debió comprender la importancia de establecer alianzas y recabar apoyos, centrados en mejorar la organización y legitimación de su revuelta. Estableció, dejando al margen las confesiones, alianzas tanto con beréberes como con muladíes y cristianos. Pactó con los Banu Hayyay de Sevilla, reconoció la soberanía Idrisí de Marruecos, pactó con los Aglabíes de Qayrawan primero, para que mediaran por la legitimación de los abbasiés de Bagdad, y con la Shi’a de los fatimíes después. También establece contactos con el Alfonso III, aunque este aprovechará para organizar su reino e iniciar un fuerte empuje en la marca superior.
En el 891, ben Hafsún lanza un ataque a Córdoba sin éxito, ya que el emir, en el último momento pudo reclutar entre las filas a miles de voluntarios cordobeses formando un ejército de 14 mil hombres que fue capaz de repeler la acometida hafsuní. Este inquietante acercamiento a las puertas de Córdoba pone de manifiesto una vez más la debilidad del emirato.
Y, si hablamos de apogeo de la revuelta de Hafsún, es ahora el momento de referirnos al inicio del declive. Hay dos elementos importantes que marcan la trayectoria de la revuelta hasta que poco a poco, no sin esfuerzo, Abd Al-Rahman III logre sofocarla.



El primero es la conversión al cristianismo de ‘Umar ibn Hafsún, que desde entonces pasará a llamarse Samuel. Llevó un obispo a Bobastro y mandó construir las iglesias de Santa Eulalia y Santa María. No está claro del todo los motivos de su conversión, posiblemente ‘Umar, albergaba en secreto la fe de sus antepasados, pero lo que sí sabemos es que aprovechó esta conversión para solicitar algunos apoyos, como la legitimidad del rey asturiano.


Esta decisión supone una ruptura que le hizo perder considerables apoyos entre sus seguidores, al igual que la pérdida del compromiso de muladíes y beréberes que no vieron con buenos su apostasía. Con la conversión del enemigo número de uno de Córdoba, paradójicamente se va desarrollar un mayor impulso a la islamización. La familia árabe de los Banu Hayyay de Sevilla también rompe con él y desde entonces participan en continuas razzias contra él, tanto en verano como en invierno, otorgándole el carácter de Yihad a sus campañas. La pérdida de capacidad que supuso la conversión de Ibn Hafsún, permitió al Emir recuperar algunas plazas, llegando incluso a atacar Bobastro. Este nuevo enfoque rupturista de la rebelión, como apunta Pierre Richard, de cierto nacionalismo autóctono, adquiere con la conversión de Omar Ibn Hafsún, unos tintes religiosos nada ajenos a Córdoba.
El segundo elemento que marcará la cuenta atrás de la rebelión será el acceso al poder, tras la muerte de su abuelo, Abd Allah, del nuevo emir ‘Abd al-Rahman III (912-961), séptimo sucesor de su homónimo y fundador de la dinastía establecida en al-Ándalus desde el año 756. El nuevo emir, dotado de energía, capacidad y determinación, inicia un goteo de conquistas de castillos y de represión en las zonas disidentes marcando el restablecimiento del poder central y culminando con la instauración del califato Omeya.
Una de las primeras campañas que llevó a cabo el nuevo emir, fue la toma de Écija que aún estaba en manos de los rebeldes y que suponía por su proximidad un inquietante escollo que debía ser resuelto. El Muqtabis del gran historiador Ibn Hayyan recoge:

“El 14 de Diciembre 912-13 salió el chambelán Badr b. Ahmad con el ejército a la ciudad de Écija, zona rebelde de la cora meridional cercana a Córdoba, combatiéndola y conquistándola el jueves (…). El chambelán Badr entró en ella en la mañana del jueves citado y concedió el amán a la población y se ocupó de su gobierno, mandando destruir las murallas, que fueron echadas por tierra, pero conservando su ciudadela el alcázar para morada de gobernadores y cadíes: fue a primera ciudad conquistada en país disidente”

Tras la toma de Écija, el emir Abd al- Rahman III, llevará a cabo una primera incursión de pacificación en la cual logra tomar más de 70 plazas fuertes y 300 refugios fortaleza menores entre los cuales se encuentra la cora de Elvira, Baza y Salobreña, pero sin llegar asediar directamente Bobastro. Sevilla tampoco tardaría mucho en someterse al poder Omeya, exactamente el año 301/914.
De nuevo, encontramos referencias a este suceso en el Muqtabis V de Ibn Hayyan:

“Envió cadíes con diversos contingentes a todas las fortalezas (husun) de la cora de Rayyo, con orden de destruirlas todas, derribar sus muros y derruir sus alcazabas, quitándoles los cimientos y dispersando sus piedras, y obligando a sus moradores a bajar al llano y habitar en él en alquerías, como lo habían hecho cuando pertenecían a la comunidad”

El emir proseguía sin fatigarse el sometimiento de la región con sus tropas, atacando los centros de influencia de Hafsún, aniquilando a sus seguidores y organizando el territorio con la designación de gobernadores locales. También bloqueó la ruta con el norte de África, destruyendo los navíos con los que Ibn Hafsún abastecía su revuelta. Mientras tanto, veía cómo iba reduciéndose su influencia poco a poco hasta que el año 917-18 ‘Umar ibn Hafsún, muere de una enfermedad a la edad de 72 años, según encontramos en las crónicas de Ibn Hayyan:

“En este años hizo Dios morir al malvado ‘Umar b. Hafsún, germen de hipocresía, imán de perdición refugio de disensión, foco de sedición y refugio de rebeldes en su capital Bobastro”

A pesar de la muerte de Ibn Hafsún, la llama de la insurrección seguirá con su estirpe durante más de diez años, exactamente hasta el año 928 en el que su hijo Hafs ibn ‘Umar ibn Hafsún rinde el mítico reducto. Esta vez Bobastro caerá definitivamente. Abd al-Rahman III, en un intento de socavar los ánimos de los levantiscos andalusíes y castigar las conductas subversivas, manda desenterrar los cadáveres de Ibn Hafsún y de su hijo Chafar para ser expuestos ante los cordobeses.

“Esta maldita ciudad, nido de sedición, origen de disensión, madre de calamidades y causa catástrofe, había sido penosa para los hombres, insufrible para la fe, devastadora para el suelo cultivado, muerte de ciudades populosas, disgregación de la comunidad musulmana y apaño de herejes, morada y auxilio de politeístas, que no habían podido curar los emires ni tratar los sabios, hasta que Dios le dio en el califa an-Nasir (Abd ar-Rahman III) rápido final, dirigiéndole su atención e industria, combatiéndola personal y constantemente, mermándole fortalezas y quitándoles alfoces por doquier para debilitarla y disgregarla y levantando continuas construcciones que conmovieron sus mismas bases, pues nadie podía salir de ella ni entrar en ella sin ser visto e impedido por fortaleza o muro, no podía bajar espía que no fuese inmediatamente capturado. No se pudo agradecer bastante su conquista, que excedía lo deseable y de lo propiciable por la fortuna, siendo considerada la mayor de las alegrías, garantía de goce, fiesta única y ocasión de agradecimiento y loor a Dios que da y quita, glorificado sea”. (Muqtabis)

Este triunfo, ahora sí del Islam, animó a Abd al-Rahman III a adoptar el título de ‘Amir al Mu’minin- Príncipe de los Creyentes- y el de Abd ar-Rahman III, apodado al-Nasir li-Din Allah – defensor de la religión de Dios-, dando paso al periodo califal.



La caída de Bobastro que, por supuesto, supuso un acontecimiento decisivo para la forja del Califato, se convierte en todo un hito simbólico que connota el renacer de un poder cordobés desarraigado ya de sus fracturas internas y demostrando su capacidad y contundencia en la pacificación del territorio, pero también, la inquietante amenaza ante la proximidad del califato fatimí se asocia como factor determinante.
Por primera vez desde que los musulmanes pisaron la Península se puede hablar de un poder centralizado y legitimado por todos, en mayor o menor medida. Este hecho, es decir, la unificación del poder y la pacificación férrea del territorio llevada a cabo por el primer califa omeya, se puede interpretar como que fue entonces, y no en la mítica batalla de Guadalete el año 711, cuando se puede hablar de la conquista de al-Ándalus.

2 comentarios:

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